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El Búfalo

El Búfalo

El Búfalo

Podemos decir que el nativo de este signo nace uncido, como los bueyes de arado, a un yugo de trabajo que realizará día a día sin queja ni dilación y sin demostrar cansancio hasta finalizar la tarea.

De joven es dócil y prometedor, como una ternerilla. Más adelante, irá alcanzando el aspecto espiritual de una vaca, que rumia sus decisiones tranquilamente, sin apresuramientos innecesarios.

Al llegar a la madurez, su carácter le hace mostrarse solitario, al mismo tiempo que profundamente realista, como un yak de las montañas.

Es honesto e incorruptible hasta límites casi irreales. No recurre a artimañas y ataca avisando desde lejos y en línea recta, como el toro bravo.

Su nobleza y falta de doblez le hace, además, embestir mientras tiene fuerzas (suele ser dócil, de carácter tranquilo; suele tener paciencia, pero si se enfada, su furia es incontrolable, aunque rara vez eso sucede). Pese a todo, pocos se atreven a incitarlo.

Alcanza éxito monetario y reconocimiento social. Así nos lo recuerda el episodio bíblico del becerro de oro, o la generalizada costumbre de medir la riqueza de un hombre o de una tribu por el número de cabezas de ganado.

Puede ser terrible formando ejércitos numerosos capaces de embestir en estampida, a la manera de las manadas de bisontes americanos o de búfalos africanos. En casos así, el principal defecto del búfalo, esto es, su falta de sentido del humor y de flexibilidad para encauzar las energías liberadas, puede ser el origen de grandes desastres, tanto a nivel personal como mundial. Por cierto, Napoleón y Hitler, casualmente, eran nativos del signo del Búfalo.

 

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